Hoy en día, lo que vivenciamos en el entorno digital se ha convertido en una prioridad, y estas semanas presenciamos avances significativos con la inclusión en la agenda legislativa de proyectos como la Ley Belén y la Ley Olimpia Argentina.
Hoy en día, lo que vivenciamos en el entorno digital se ha convertido en una prioridad, y estas semanas presenciamos avances significativos con la inclusión en la agenda legislativa de proyectos como la Ley Belén y la Ley Olimpia Argentina. Estos proyectos son impulsados por un colectivo de organizaciones que luchan por los derechos de las mujeres en todos los ámbitos. Vivimos en una cultura digital que atraviesa toda nuestra vida, en todos sus aspectos, con lo bueno que esto trae y también con lo negativo. Lo malo no tiene que ver con el medio en sí, sino con intencionalidades que involucran a las personas, con actitudes machistas, desigualdades de poder, falta de consentimiento, y bajezas humanas ligadas al odio, la denigración y la venganza.
Estos proyectos de ley tienen la virtud de poner en foco la violencia digital de género, dentro del abanico de las violencias hacia las mujeres y personas LGBTQ+ que contempla la Ley 26.485, y ese es un paso importantísimo para poder visibilizar que ésto está afectando, y mucho, a miles de mujeres en Argentina y en el mundo desde hace años.
Las niñas, las adolescentes y las jóvenes son parte de ese colectivo afectado. Es necesario que las nombremos, las incluyamos, las veamos, atendamos los problemas que las afectan, y deje de ser tabú cuando su sexualidad se hace pública sin consentimiento, cuando su intimidad se ve expuesta, y su vulnerabilidad puede hacerles sufrir daños irreversibles en etapas de la vida donde no cuentan con todos los recursos que tiene una persona adulta.
A diario nos enteramos de chicas que sufren control en el noviazgo, que se les impone compartir material íntimo como “pruebas de amor”, que padecen el uso y apropiación de sus imágenes, que son víctimas de la producción de materiales de abuso sexual. Esto tiene consecuencias negativas en su autoestima y en la construcción de su imagen personal, sumado a las presiones de los estereotipos de la belleza hegemónica que prolifera en las redes. Por eso, desde la sociedad civil, desde las organizaciones que defendemos los derechos de las infancias y adolescencias, queremos visibilizar que las niñas y las adolescentes son sujetos de derecho y que estas leyes también las protegerán de hechos naturalizados como los nombrados, que son reflejo de concepciones patriarcales que perduran, basadas en el poder, en el control, en el chantaje y en la denigración de la mujer.
Suele existir el prejuicio de que las consecuencias de la violencia digital pueden ser menos dañinas que las que ocurren cuando hay contacto físico. Esto no es verdad. Sabemos por innumerables testimonios que esta forma de violencia tiene vastas consecuencias en la vida de las mujeres de toda edad, y también en otros grupos vulnerables por su identidad de género.
En nuestro país hemos luchado por contar con la ley de Educación Sexual Integral, creada en 2006,para trabajar en las escuelas, de manera preventiva, con un recorrido importante ya realizado por parte de la comunidad educativa. Sus lineamientos impulsan a trabajar con las nuevas generaciones el valor del consentimiento, el respeto, la deconstrucción de mandatos machistas, el poder establecer los límites entre lo íntimo, lo privado y lo público, categorías en las que nos apoyamos para fortalecer habilidades de ciudadanía y convivencia digital. La posibilidad de buscar ayuda, de reconocerse como víctima de una situación abusiva, de poder decir que NO y trabajar en la autoestima, también son llaves de la ESI que abren puertas a la libertad. En este sentido, la ley Olimpia pone foco en promover programas de alfabetización digital y buenas prácticas en el uso de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) desde un enfoque de derechos.
Por eso celebramos que se construyan marcos normativos que son avances en la protección y promoción de derechos, y en este caso, reconocer a las violencias digitales como modalidades específicas de las violencias de género nos abre caminos para seguir luchando por una sociedad más igualitaria, por entornos digitales más seguros y por niñeces y adolescencias que puedan disfrutarlos.